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Vivir en Argentina

22 febrero, 2009

Hace una semana salió en el suplemento económico del diario Río Negro un análisis comparativo por demás interesante. El mismo, que transcribiré para compartirlo, trata sobre lo que debe trabajar el argentino promedio para conseguir el mismo producto que su par europeo o norteamericano.

Tengamos memoria de este tipo de información, más aún cuando sea momento de elegir a nuestros dirigentes. No se dejen engañar, la realidad es la única y soberana verdad.

Agradezco al periodista, Alejandro Cubero, autor del artículo, por abrirnos los ojos.

Toda política de Estado concebida al margen del mercado internacional esconde en el fondo una trampa, ya que se trata de un juego de «suma cero»: lo que se gana por un lado, se pierde por otro.

En nuestro caso, resguardar la industria nacional (oferta) se hace a cargo de penalizar al consumidor (demanda). Nos encontramos así con la paradoja de que se protege a nuestras fábricas a costa de hacerle pagar tres veces más al mismo trabajador al que se protege. Una política tan bienintencionada como poco práctica. Por mucho que la presidenta se jacte de que Obama siga las recetas de Perón, algo falla en un país cuando unas zapatillas Nike se llevan la mitad del sueldo de la cajera de un supermercado.

«No queremos precios como en Uruguay»

«Hay un dirigente -dijo hace seis meses el ex presidente Kirchner en referencia a De Angeli- que nos dijo, casi en una actitud de caradurismo, que paguemos el lomo a ochenta pesos como los uruguayos… ¡qué poco le importan los argentinos!»

Basta con revisar los precios web de algunas cadenas de hipermercados del Uruguay para comprobar que el kilo de asado está allá al equivalente a diez pesos. Los ochenta pesos de que se hablaron eran, sencillamente, mentira, pura propaganda.

Se hace difícil creer que el hombre mejor informado del país no conozca ese dato, aunque viendo la pueril estrategia desinformadora del INDEC se percibe como otra maniobra más para ocultar una realidad que desluce cualquier gestión política: llenar el chango en el «granero del mundo» resulta más caro que hacerlo en cualquier país europeo.

Para ser precisos en la comparación, no hay que perder de vista que no todo el mundo en Europa gana lo mismo. Un alemán gana el doble que un español y seis veces más que un polaco. En el caso argentino, calculando un ingreso medio de 1.500 pesos mensuales, nos encontraríamos que ese sueldo corresponde al 11% de la media europea.

Queda en evidencia que el «asistencialismo social» de una economía fuertemente intervenida no sólo no consigue sus objetivos sino, para más «inri», se ceba con especial dureza en las clases de menores ingresos.

Si el umbral de pobreza se sitúa por debajo de los 1.000 pesos por familia, esa línea roja baja a los 333 euros en España y a 150 en Alemania, pues ese dinero allá rinde lo mismo que los 1.000 pesos de aquí. ¿Ese efecto benéfico del mercado no es acaso más eficiente que el mejor de los planes Jefes de Familia?

Las políticas de control de precios, de defensa de la industria nacional y de sustitución de las importaciones no dejan de ser un experimento de dudosa efectividad.

En aras de fomentar la industria nacional, los artículos de primera necesidad terminan saliendo tres veces más caros. La razón no es otra que la propia dinámica del mercado: al privarle de una competencia nacional e internacional que lo haga más eficiente, el mercado se acomoda siempre al precio más alto. Un caso paradigmático es el del blindaje del que goza la industria farmacéutica. Según una reciente investigación del diario «Clarín», muchos remedios cuestan aquí hasta siete veces más que en Europa. La única explicación: la falta de competencia.

El demonizado «liberalismo» -más allá de sus excesos fácilmente reconocibles y manejables- pone en evidencia que la competencia tiende a reducir los precios de los productos al mínimo.

Plomeros en un Golf TDi

Haciendo un breve repaso al «top ten» de los autos más vendidos en Argentina y en España, en el 2008, nos damos cuenta de que aunque el mismo vehículo se vende en Europa un 30% más caro, el «esfuerzo financiero» es muy distinto. Así, comprar el auto más vendido en la Argentina en el 2008 (VW Gol, $42.200) implica 2,3 años de trabajo a una media de 1.500 pesos de sueldo. El más vendido en España, el Renault Mégane, sale por el equivalente de 71.910 pesos, pero sólo precisa de 9,5 meses de sueldo. Salvo en el caso del Opel Astra, al que se destinan 1,2 años de trabajo, el resto de los coches se adquiere con menos de uno, en comparación con los dos años y medio necesarios en la Argentina (ver detalle en gráfico adjunto). Es decir: comprar un vehículo aquí implica tres veces más esfuerzo que allá.

La misma proporcionalidad nos lleva a entender cómo autos catalogados aquí como «premium» se convierten en «normales» por la propia diferencia del «esfuerzo financiero».

Un Audi A4 base, que en la Argentina cuesta 156.000 pesos y requiere 8,6 años de sueldo, se puede adquirir en España por 28.600 euros y 1,5 años de trabajo, el tiempo necesario para comprar aquí un Chevrolet Corsa.

Pasando al segmento de las berlinas de lujo, un BMW al que hay que dedicarle 9 años de sueldo acá, se consigue allá por 1,8, lo mismo que en Argentina un Corsa y menos que un Clio. Por los seis años que hay que trabajar para comprarse un VW Passat, se consigue en España un Porsche 911 Carrera de 116.000 euros.

La canasta digital

Con la electrónica de consumo nos encontramos con el mismo desfase que con la compra de automóviles. Así, un argentino paga proporcionalmente 5,7 veces más por una notebook que un español con ingresos equivalentes de 1.500 euros. En el caso de un televisor de plasma, la proporción es de 7,8 veces más y 5,7 veces para los MP4.

La comparación con otros países del continente americano sigue siendo igual de desfavorable. Según la consultora Marco, mientras el salario medio argentino es de 387 dólares, el brasileño asciende a 713 y el chileno a 752, un poco menos del doble. Así, la «canasta digital» compuesta por un televisor LCD de 32 pulgadas, una cámara digital, video reproductor DVD, celular, mp4, notebook y consola de juegos con acceso a internet, requiere en la Argentina 12,44 salarios medios, un año, frente a los 7,5 sueldos de Brasil y los 5,1 de Chile. En otras palabras, el chileno medio necesita trabajar la mitad del tiempo para estar a la última en ocio electrónico.

Volare

Las comparaciones de precios arrojan cifras que, a primera vista, causan perplejidad, pero que conviene no perder de vista si queremos tener una visión más amplia de las ventajas y desventajas de cada uno de los modelos: el estatismo dirigista y el liberalismo controlado. Las políticas de «cielos abiertos» han hecho que volar en Europa haya dejado de ser un lujo para convertirse en el medio de transporte más rápido, económico y estadísticamente más seguro.

Un pasaje de avión de Neuquén a Buenos Aires (1.156 kilómetros) en LAN Chile cuesta 439 pesos y 391 por Aerolíneas. Una distancia similar, Londres-Madrid, 1.260 km, se puede adquirir volando con Easyjet -una de las dieciséis empresas que hacen el trayecto- por 17, 33 ó 40 euros, proporcionalmente menos de la décima parte de lo que vale -en salarios- un pasaje a Buenos Aires en Vía Bariloche.

El propio mercado es en muchos casos el mejor defensor de los intereses del consumidor.

Basta un solo dato, con sabor a paradoja, para ver cómo si un trayecto se sustrae a la libre competencia, el precio del mismo se dispara: veinte kilómetros en metro ligero desde el aeropuerto de Heathrow hasta Londres cuesta 38 euros, el doble que la tarifa más barata Madrid a Londres en avión.

Como se ve, la desregulación hace que los precios bajen, pues de no ser así el mismo mercado la hace desaparecer por ineficiente.

Nadie duda de que el liberalismo salvaje, si no se lo controla, termina devorando al consumidor. Pero los amantes de los precios por decreto y los subsidios aún tienen que demostrar que una economía fuertemente intervenida es capaz de ofrecer precios competitivos para el ciudadano de a pie. La razón por la que la URSS fue capaz de poner un cosmonauta en órbita pero jamás pudo fabricar un lavarropas decente fue el hecho de que el programa espacial era una prioridad nacional, mientras que los problemas domésticos del ama de casa no tenían esa consideración.

En los círculos académicos se dio por sentado que cincuenta años de economía planificada fue un tiempo más que prudencial para demostrar que ese modelo centralista era virtualmente incapaz de solucionar las necesidades básicas de su población. El experimento socialista, le pese a quien le pese, no funcionó.

Independientemente de que uno sea de izquierdas o de derechas, la realidad es tozuda y sigue demostrando que la mejor ideología sigue siendo la que cabe en el bolsillo más pequeño.

Alejandro Cubero, artículo especial para el diario Rio Negro.

Domingo 15 de febrero de 2009

From → Política

One Comment
  1. Enrique Manuel permalink

    muy bueno , felicitaciones al que escribio y a vos por darlo mas a conocer

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